Cuando miramos la vida en
retrospectiva aparecen paisajes por los que hemos transitado con distintos
desenlaces, unos más luminosos, otros más grises y algunos donde la oscuridad
no nos permitía siquiera vernos en dónde estábamos parados. Muchas veces el hábitat
en donde nos toca vivir puede crear ciertos condicionamientos y obstáculos para
caminar hacia nuestros sueños.
La sociedad posmoderna
ha desarmado algunas instituciones que nos permitían tener una referencia de
cuál era el camino. Los sociólogos hablan de la caída de los grandes relatos,
pues consideran que el psicoanálisis, el marxismo, el neoliberalismo y algunas
religiones no le han resuelto las cosas al hombre actual. Así, hoy aparecen
culturas híbridas, identidades desfiguradas por las tendencias de consumo,
tribus urbanas que se uniforman dentro de códigos foráneos que nada tienen que
ver con nuestra idiosincrasia, pluralidad disfrazada para captar votos y
manipulación de las masas a través de la cultura del espectáculo, esa que sólo
entiende de destellos efectistas para arrastrar audiencias.
Para entender este
sinuoso laberinto que nos presenta la sociedad hay que sumarle el frenético
deseo de vivir conectados. Estamos en la era
táctil, con sólo tocar la pantalla accedemos a un mundo virtual infinito,
donde el vértigo y el exhibirse inmediatamente cuentan más que la reflexión.
En este mundo
indescifrable no parece haber lugar para Dios, el vivir sin parar nos lleva y
nos trae a casa como si fuéramos llevados de las narices con un GPS en la
frente. Buscando en el fútbol una simbología para pensarnos podríamos
preguntarnos cuándo vamos a parar la pelota y levantar la cabeza para mirar al
prójimo.
El prójimo es el que
está más próximo a nosotros, el que convive cada día, el que trabaja a nuestro
lado, el vecino, el amigo. Cuando Jesús nació en un humilde pesebre la historia
de la humanidad cambiaba para siempre. Cuesta entender, entonces, por qué
después de conocer la obra de Jesucristo seguimos ignorándolo incluso en el día
de su nacimiento. Nos juntamos para comer, para los regalos, la pirotecnia y el
gordo Papá Noel que nunca fue invitado ni nombrado por Jesús.
La Navidad es celebrar el nacimiento de Jesús, es un día
para recordar su pasión por las almas, para comprender el amor de Dios por
la humanidad al dar la vida de su hijo por todos. Por sus llagas somos sanados
dice la Biblia en el libro de Isaías.
Con Cristo podemos vivir con esperanza siguiendo nuestros sueños, porque para Dios no hay fecha de vencimiento para sus promesas.
En el Salmo 112:1-3 podemos encontrar reposo:
"Bienaventurado el hombre que teme a Dios
Y en sus mandamientos se deleita en gran manera.
Su descendencia será poderosa en la tierra;
La generación de los rectos será bendita.
Bienes y riquezas hay en su casa,
Y su justicia permanece para siempre"
Cuando leemos la Palabra de Dios en la Biblia podemos ampliar el campo visual y mirar más allá de las circunstancias. La sabiduría que proviene de lo alto siempre te acerca a la solución y trae paz.
“Procurad la paz de la ciudad, y rogad por ella a Dios; porque en su paz tendréis vosotros paz” Jeremías 29:7
Un tiempo con Dios puede modificar tu vida, que Jesús sea una prioridad en esta Navidad para que la paz llene de alegría tu hogar.
Jesús es nuestra fortaleza, decía: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, ese es el mejor espejo donde mirarnos para encontrar los mejores senderos en una sociedad que duerme despierta antes las pantallas.
Un graffiti decía “apaguen
Facebook por un día para poder mirarse a los ojos por un rato”. Levantemos nuestra
vista del teclado para mirarnos y reconocernos como hermanos, para redescubrir
la vida en el diálogo, en compartir un espacio y tiempo para construir momentos
palpables, reconocibles en una foto bien vivida y no en una mera pose para las
redes sociales. Viví con Jesús, compartí su legado con amigos y familia, recuperemos el orgullo de sentir que hacemos
el bien.
Viví está Navidad con Jesús, invítalo a tu mesa para
que ilumine tu hogar.
Feliz Navidad!
Lic. Walter Calabrese
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