El mundo y sus protagonistas


miércoles, 13 de julio de 2011

El valor de la palabra

En toda época el hombre se aferró a sus sueños para construir su futuro y tener un acicate para enfrentar la vida cotidiana. En ese trayecto, necesita siempre de un elemento valioso para elaborar cada sueño y darle forma: es a través de la palabra que se entretejen las ideas y anhelos en un feliz encuentro. Pero hoy, muchas veces, las intenciones quedan a mitad de camino, se entretienen con fuegos de artificio lanzados por la cultura de la imagen que le presenta batalla en cada rincón al buen decir.

En ese terreno, la televisión ha ganado audiencias para hacerlos cautivos de nuevos códigos en donde el espectáculo prevalece por sobre la palabra, en el que se corre el velo de la vida privada para atascar las miradas con siluetas que se mueven casi sin sentido. Allí, ya no importa lo que se dice sino lo que se hace por un punto más de rating.

Cuánto cuesta captar la atención de los diferentes públicos en un tiempo que la gente migra de la TV a la PC y que va de las redes sociales para ver un reality show. Desde el tobogán televisivo caen los lectores al mismo tiempo que se reducen las ventas de diarios, ámbito natural para informarse, pues allí es donde se les da un mayor desarrollo y profundización a las noticias. Hoy ya es una tendencia mundial, la gente se informa a través de los noticieros televisivos y no lee los diarios.

Sin embargo, cuando se daba la guerra por perdida aparece el fenómeno de las redes sociales para repatriar el valor de la palabra y darle un espacio para que se explaye. Desde los blogs y páginas web muchos jóvenes y adultos encontraron un medio para viabilizar sus inquietudes, recuperando, aun sin saberlo, el llamado periodismo independiente. Los blogs hechos por periodistas tienen su propio peso específico, porque no deben responder a una línea editorial impuesta por intereses económicos o políticos. Desde esas trincheras digitales se lucha por otro atributo maltratado que suele darle sentido a las palabras: la credibilidad. Sin ella, todo parece pasar de largo, así nada importa más que los números y los estrellatos mediáticos.

La mayor contienda que se libra hoy en todos los ámbitos es la de ser creíble, algo que se nota más en plena campaña electoral.




La palabra es el único instrumento que contamos para darle contenido al pensar, para ser vehículo privilegiado en el hablar y convertirla en un arma filosa en el escribir. Siempre la palabra adquiere algún valor, unas veces para arengar, otras para instruir e informar, o para persuadir desde una retórica preparada. También, lamentablemente, se utiliza para mentir y disfrazar las verdaderas intenciones e intereses a las que apunta.

La crisis de credibilidad que explotó en el 2001 arrastró consigo a algunos medios de comunicación que hasta ese momento gozaban de cierto prestigio. Luego, la mediatización de la política y la politización de los medios inauguraron una etapa de chicanas y operaciones de prensa que no tenían precedentes en la historia argentina. En ese nebuloso contexto, cada tormenta minaba aún más la credibilidad de los interlocutores que se subían al carro de los medios para atacar y responder agresiones. La consecuencia de esa lucha sin pausa llevó a muchos medios tradicionales a perder de vista al lector, ese noble seguidor de las letras que resiste desde algún lugar de la mano de los buenos libros, verdadero refugio en donde todavía se mantiene un considerado respeto por la palabra escrita.

Unas décadas atrás, la palabra tenía un valor sagrado, era un pagaré que se respetaba y se cumplía en tiempo y forma. La palabra empeñada tenía un atributo valioso, se fundaba en el respeto, en el bien común. Por lo cual, adquiría cierto poder para establecer límites y generar consensos. La actualidad marca una tendencia contraria, con un notable desprecio sobre el buen hablar y escribir. La TV, Twitter y los mensajes de texto son un claro ejemplo de ello. Ni hablar de algunas promesas en años electorales.




En el terreno político, la falta de debate anuncia una ruptura que debilita el valor del diálogo. Cuando una campaña electoral se basa en slogans y discursos acotados, se corre el riesgo de agotar instancias de acercamiento y participación con la gente. Así, la promesa se diluye en el tiempo y se desgasta cuando la gestión impone otras urgencias. Todo ello, agudiza la crisis de credibilidad en cierta dirigencia y la palabra queda relegada.



La literatura y el periodismo aliados de la palabra

Cervantes decía: “el que ha leído y andado mucho, conoce bastante del mundo”. Sin duda, quienes trabajan a diario con la palabra desde la literatura y el periodismo pueden ofrecer un espacio de aprendizaje privilegiado para los lectores. Ellos son como un faro que ilumina a los navegantes de este complejo mar que navegamos cada día. Por qué, entonces, privarnos de tan necesarios y hábiles “consejeros” que pueden ayudarnos a trabajar con las palabras para darles una mejor dirección.




 
Volver a las fuentes implica bucear en los clásicos y absorber los argumentos con el que le daban una ubicación privilegiada a la palabra en sus obras. Desde la antigüedad hubo maestros de la oratoria, como Cicerón, que dejó una impronta casi inigualable en sus Catilinarias y las Filípicas. El primer discurso fue pronunciado en el año 63 ante el senado. Con un “abrupto e incisivo inicio”, Cicerón pretende conmover y predisponer a su auditorio para que aprueben las revelaciones que hábilmente propone. Su finalidad era la denuncia pública de la trama de una conspiración contra Roma. Con su eximia elocuencia el gran orador romano consiguió el objetivo que se había propuesto: que Catilina abandonara Roma ese mismo día.

De ese discurso contra el conspirador Catilina podemos leer un fragmento que refleja el poder de su retórica:

“Pero vivirás como ahora vives, rodeado de muchos y segu­ros vigilantes para que no puedas moverte contra la república, y sin que lo adviertas habrá, como hasta ahora, muchos ojos que miren cuanto hagas y muchos oídos que escuchen cuanto digas.
(…) ya comprenderás que es mayor mi vigilancia para salvar la república que la tuya para perderla”


No queda ninguna duda de que Cicerón fue fundamentalmente un orador formado en los exquisitos recursos que brinda la retórica, esa sutil herramienta del habla que luego desarrolló magistralmente en su actividad política, en donde descolló gracias a sus habilidades para producir efectos en su auditorio con su oratoria cuidada y punzante. De hecho, toda su vida pública es reconocida a través de sus discursos, y por ellos seguimos hablando de su obra hasta nuestros días. Un claro ejemplo de que el buen uso de la palabra puede trascender las fronteras y los tiempos.


En su libro de Memorias Confieso que he vivido, Pablo Neruda hace un relato de su vida y habla del lugar que la palabra ocupó en su obra. Dice, por ejemplo, sobre el idioma:

“Así me sucedió con la lengua española. La lengua hablada tiene otras dimensiones; la lengua escrita adquiere una longitud imprevista. El uso del idioma como vestido o como la piel en el cuerpo; con sus mangas, sus parches, sus transpiraciones y sus manchas de sangre o de sudor, revela al escritor. Esto es el estilo”.
Luego agrega que “El idioma español se hizo dorado después de Cervantes, adquirió una elegancia cortesana”



Dedica un capítulo especialmente a la palabra y con su característico estilo afirma:

“…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan…
Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen…


Vocablos amados. Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces. Son espuma, hilo, metal, rocío… Persigo algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes. ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola…

Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció…”


Por último Neruda concluye: “Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”



Otro autor que se refirió al valor de la palabra fue Alex Grijelmo, en su libro La seducción de las palabras. En el capítulo llamado El camino de las palabras profundas comienza diciendo:

“Nada podrá medir el poder que oculta una palabra.


Contaremos sus letras, el tamaño que ocupa en un papel, los fonemas que articulamos con cada sílaba, su ritmo, tal vez averigüemos su edad; sin embargo, el espacio verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano.

Las palabras arraigan en la inteligencia y crecen con ella, pero traen antes la semilla de una herencia cultural que trasciende al individuo. Viven, pues, también en los sentimientos, forman parte del alma y duermen en la memoria.

Y a veces despiertan, y se muestran entonces con más vigor, porque surgen con la fuerza de los recuerdos descansados.

Son las palabras los embriones de las ideas, el germen del pensamiento, la estructura de las razones, pero su contenido excede la definición oficial y simple de los diccionarios. En ellos se nos presentan exactas, milimétricas, científicas… Y en esas relaciones frías y alfabéticas no está el interior de cada palabra, sino solamente su pórtico. Nada podrá medir el espacio que ocupa una palabra en nuestra historia.”











“Las palabras tienen, pues, un poder oculto por cuanto evocan. Su historia forma parte de su significado pero queda escondida a menudo para la inteligencia. Y por eso seducen. Y esa capacidad de seducción no reside en su función gramatical (verbos, sustantivos, adverbios, adjetivos… todos por igual pueden compartir esa fuerza) ni en el significado que se aprecia a simple vista, a simple oído, sino en el valor latente de su sonido y de su historia, las relaciones que establece cada término con otros vocablos, la evolución que haya experimentado durante su larguísima existencia o, en otro caso, el vacío y la falsedad de su corta vida”.


“Sí  y no  son probablemente las palabras que mayor poder acumulan por fonema. La autorización y la prohibición, la tolerancia y la condena, la libertad y el impedimento se resumen en esas dos sílabas tan opuestas en su semantema y que constituyen la contestación más tajante y más simple que se pueda conocer”

A modo de resumen Grijelmo sentencia: “Cómo se elige cada palabra para el momento adecuado, cómo se expresa con música lo que en realidad es un ruido, cómo se tocan los lugares sensibles de nuestra memoria… Eso es la seducción de las palabras. Un arma terrible”



Para el filósofo y escritor Santiago Kovadloff “la escritura es para un acto de maduración, muchas veces en el saber conjetural que se vive en estado de prueba y revisión continua”. Y asegura que “primero llegan las palabras con su melodía y promesa de revelación; después, los temas”.

 
Otros pensadores escribieron brevemente sobre el poder y la influencia de la palabra:

“Cuando las palabras pierden su significado, la gente pierde su libertad”. Confucio

“Háblame para que yo te conozca”. Séneca

“La palabra es el espejo de la acción”. Solón

“Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” San Mateo 24:35 La Biblia





“Las palabras acercan; los silencios destruyen”. André Maurois

La venganza es una palabra inhumana”. Séneca

“Sin saber el poder de las palabras, es imposible conocer al hombre”. Confucio

“Los labios del justo apacientan a muchos; mas los necios mueren por falta de entendimiento” Proverbios 10:21 La Biblia

Sin duda alguna, podemos adentrarnos en los vericuetos y senderos que ofrecen la literatura, la filosofía y el periodismo para ir con cierto sentido de orientación en busca de la palabra.



Podemos concluir que la palabra es la herramienta insustituible para informar, opinar, debatir, argüir, inferir, ordenar y persuadir. Por ello, el periodista tiene la noble función de mostrar la realidad buscando que la credibilidad sea una férrea aliada de las palabras.


El periodismo puede ser un bisturí para desmenuzar la realidad, un martillo para romper estructuras, una semilla que, bien sembrada, puede dar frutos inesperados.

Las palabras pueden golpear duro para sembrar conciencias y despertar del letargo a una ciudadanía que permanece distraída con la espectacularización de la imagen, pensando que ya nadie tiene nada importante que decir. Es tiempo de pensar que se puede ser creíble si usamos las palabras con responsabilidad, coherencia y sentido común.

Un texto, cuando adquiere autoridad en su credibilidad y estilo, puede proponer un tiempo para repensar la realidad y rescatar a la palabra de su lucha con el mundo de la imagen.



Lic. Walter Calabrese

Esta nota fue publicada en la Revista Golpe de Palabra

 

 

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