El mundo y sus protagonistas


martes, 22 de febrero de 2011

El poder de la palabra


La palabra poder puede interpretarse de muchas maneras, hay tantas concepciones como personas. A menudo, se relaciona el poder con lo hegemónico o una elite dominante que dictamina buena parte del quehacer de una comunidad. Por ello, inmediatamente se lo asocia con la actividad política, ámbito habitual en donde se lucha por el poder.
El sociólogo alemán Max Weber decía que "el objetivo de la política es el poder" y también afirmaba que el mismo reside en el Estado.

En ese camino no lineal hacia la cúspide del dominio político, aparece un elemento que se convierte en herramienta fundamental para hacer posible la acción política: el uso de la palabra como facilitador exclusivo de la comunicación discursiva. La lucha política exige una argumentación persuasiva precisa para captar la atención de una población que permanece desconfiada ante tanta promesa incumplida.

La palabra, entonces, por exceso, por la fragilidad de los contenidos o simplemente por la incapacidad de sostenerla en acciones concretas, deviene en simple ruido ante una multitud de receptores que hoy concentran su atención en las redes sociales y que descree de las afirmaciones grandilocuentes.


La política es en sí misma debate, deliberación, confrontación de ideas, búsqueda del orden, progreso y libertad. Cuando hay vocación política real para generar cambios, entonces hay esperanza para que las nuevas generaciones puedan reenfocar su mirada hacia los partidos. Para que esto se perciba, es imprescindible que la palabra recupere su valor y tome las formas que agradan a la sociedad, aquellas que logren transmitir transparencia, compromiso y credibilidad. 

Precisamente es ese el punto neurálgico, muchos han caído en el pozo por repetir recetas prefiguradas o por dejar de escuchar a la gente. Se habla de crisis de representatividad de los partidos políticos cuando se debería reconocer que hubo una crisis de credibilidad en la clase dirigente. 

La desconfianza general, entonces, trajo como consecuencia una marea de cambios en la manera de presentar a los candidatos, centrados más en la imagen que en el discurso, haciendo uso del escenario mediático para presentarse en sociedad. El resultado de mirar más la pantalla que a sí mismos trajo una excesiva personalización de la política, que sólo atinó a dibujar personajes para la TV.

 
La palabra al poder

La historia de tantos desencuentros entre la clase dirigente y el electorado puede cambiar. Hay mucho talento dando vueltas por doquier, pero lejos de la política porque la creen impura. Ese preconcepto nació con la defenestración constante que se ha hecho de la vida partidaria desde todos los ángulos. Deberíamos corregir esa mirada para poder ver que la política en sí misma no es un ente dañino, y percibirla como un espacio para encontrar soluciones.


Es preciso que los argentinos recuperemos el orgullo de sentirnos honestos, como cuando antaño decíamos que la palabra empeñada tenía valor. Cuanto mejor dominemos el arte de la palabra, mayores posibilidades tendremos de intervenir en aquellas áreas del sector público y privado para generar cambios. 

La bandera de Brasil contiene un lema: orden y progreso. Esa consigna pudo plasmarse después de mucho tiempo en un líder que supo escuchar a su pueblo y que reorientó su discurso para maniobrar en el nuevo orden internacional. Lula logró insertar a su país como una potencia emergente, al tiempo que sacó a 10 millones de personas de la pobreza. Con ello, ordenó a la nación hacia el progreso. 

Sus palabras tenían poder porque estaban enfocadas en las necesidades de la gente.


                                El ex presidente Lula, capacidad de liderazgo y oratoria

Si dialogamos con fundamento, claridad y sentido del bien común, seguramente observaremos nuevos dirigentes en la escena política nacional.
Las palabras bien orientadas pueden poner orden para el progreso colectivo e individual.



Todo líder es un buen orador

El arte de la comunicación exige una mirada amplia para reconocer escenarios y una gran capacidad de escucha para aprender de todos en cualquier circunstancia y lugar. Cuando valoramos el sentido de los vínculos y de cómo establecemos el diálogo con ellos, la vida puede convertirse en una escuela permanente de la que podemos aprender a diario.

La oratoria es una habilidad racional-emocional que se potencia con entrenamiento y dedicación. Para ello, es necesario desarrollar la capacidad de conectarse con las distintas audiencias y mantener su atención, algo que sólo se consigue con una exigente capacitación, aún cuando existan habilidades innatas.

                                 Martin Luther King, el líder que impuso un nuevo discurso en EEUU

Todos los grandes líderes han sido excelentes oradores. Lograron llegar al corazón de la gente para convencerlos del poder de las ideas. El liderazgo requiere de esta habilidad comunicacional.

Si entendemos a la oratoria como el arte de persuadir con elocuencia, podemos vislumbrar el tremendo poder que tienen las palabras para transmitir ideas. Y una buena idea puede generar cambios profundos. En estos días, hemos presenciado como un joven desde su blog fue nutriendo el clima que condujo a la gente a la Plaza de Tahrir, en Egipto, para producir una revolución democrática sin precedentes.

Hoy, el norte de África y el mundo árabe se enfrentan a una sucesión de cambios inimaginables hace unos años. Todo esto nació con una idea que fue oportunamente comunicada con palabras que sembraron conciencia democrática. No puede atribuirse exclusivamente ese rol movilizador a las redes sociales, alguien tuvo que usar las palabras justas para describir la situación social asfixiante que vivían los egipcios.

                                     Multitudinaria manifestación  en la Plaza de Tharir en Egipto

Un buen orador tiene una buena capacidad de escucha, se compromete con su gente, aprende ellos y, fundamentalmente, encuentra las palabras adecuadas para conmoverlos, motivarlos y movilizarlos hacia una meta. En política, quien encuentre esas palabras adquirirá el poder necesario como para liderar una nueva etapa. Egipto es un fiel reflejo de ello.

Las palabras tienen poder si se las utiliza con destreza y sentido común.
Hablar con elocuencia puede generar cambios y erigir a un líder


Lic. Walter Calabrese

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