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sábado, 14 de enero de 2012

Hungría entre el autoritarismo y la urgencia económica



El Estado magiar ha comenzado a sentir el rechazo internacional por su anacrónica reforma constitucional, que ha llevado al país a una situación de amordazamiento de las instituciones, a la vez que agravó la coyuntura económica al llevar a su moneda, el florín, a una depreciación sin precedentes en relación al euro.

Desde noviembre, Hungría intenta conseguir auxilio financiero con un crédito del FMI para hacer frente a la débil situación de su economía. Pero las negociaciones no han dado sus frutos todavía. La directora del organismo internacional puso condiciones para mantener el diálogo: que el gobierno húngaro formalice los cambios necesarios para estabilizarse financieramente y que reforme las leyes incluidas en la nueva Constitución que infringen normativas comunitarias. Desde Bruselas se acusa al gobierno nacionalista de Viktor Orbán de manipular la independencia del Banco Central húngaro.

Por ello, la directora del FMI, Christine Lagarde, anunció que fueron pospuestas las conversaciones con Hungría para resolver el tema de la ayuda crediticia. Ante la presión de la Unión Europea (UE) y las urgencias locales, el primer ministro Orbán prometió realizar reformas para mejorar la disciplina presupuestaria y así corregir el rumbo. Desde el Ministerio de Economía emitieron un comunicado en el que aseguraban: “ya seguimos la vía de reducción de la deuda pública y de limitar el déficit presupuestario a un valor inferior al 3% del PBI”.





Sin embargo, la Comisión Europea (CE) sostiene que las medidas tomadas para superar el déficit público no alcanzan para abrir las puertas de la confianza en la región. En este sentido, Olivier Bailly, vocero de la CE, exigió al gobierno de Budapest garantías plenas en la independencia de su banco nacional, como paso previo para coordinar una asistencia financiera. Los funcionarios europeos rechazan las reformas que impuso Orbán en la Constitución, que deja literalmente al Banco Central bajo estricto control político.

Estas controversias terminaron por desplomar la golpeada economía de Hungría, que se vislumbró en un alza del riesgo país hasta alcanzar los 745 puntos, dejando al país al borde de la cesación de pagos. A este panorama gris hay que sumarle las cifras del desempleo que llegan al 12 % y un 20 % de la ciudadanía que se ve limitada para abonar los servicios. Además, un millón de personas no pueden pagar sus hipotecas, generalmente emitidas en euros o francos suizos. En este complicado contexto, el gobierno húngaro se ve obligado a refinanciar unos 5.000 millones de euros, a los que habría que agregar otros compromisos locales que exigirían unos 20.000 millones adicionales.
 




Para entender el presente de Hungría hay que remontarse unos años atrás, cuando en 2008 al país le urgió solicitar un préstamo por 20.000 millones de euros al FMI para afrontar su déficit. Siendo la 18° economía de la eurozona, dista mucho de ser un mercado independiente y sólido, pues depende en gran medida de las exportaciones que realiza al Viejo Continente.

Vale recordar que Hungría hizo efectiva su adhesión a la UE en 2004 y que no adoptó la moneda única. No obstante, ha quedado a merced de los vaivenes financieros de Europa, ya que dos tercios de su estructura económica dependen del éxito de sus ventas al exterior. A pesar de haber devaluado su moneda en un 20% en 2011 (324 florines por euro), no pudieron mantener sus ingresos externos, pues sus clientes siguen reduciendo los pedidos de productos húngaros.

En el 2010, Viktor Orbán llega al poder con una coalición nacionalista, el partido Fidesz, consiguiendo un contundente 52, 73% en las urnas en las elecciones legislativas, con lo que alcanzó la mayoría en el Parlamento. Ese poder casi absoluto le permitió a Orbán realizar reformas y ajustes para “adueñarse” del país. En una sociedad que arrastraba sucesivas crisis en 2008 y 2009, quedaba el terreno propicio para realizar cambios radicales. Fue así como el gobierno húngaro se dispuso a crear una nueva Constitución amparado en los dos tercios necesarios para imponerse sin oposición.



Las leyes que encendieron las alarmas

La nueva Constitución fue vista por muchos funcionarios europeos como un peligro latente que podría generar contagio en los países que se encuentran realizando ajustes. El tinte ultranacionalista de la ley amenazaría la independencia del Banco Central, del poder judicial, los medios de comunicación y hasta la libertad de credos.


El dominio y margen de maniobra que dispuso Orbán le permitieron construir una Carta Magna a medida, con salvoconductos que le permitirían perpetuarse en el poder. Un indicio de ello puede vislumbrarse en uno de sus comentarios vertidos antes de aprobar la ley: “Nadie puede interferir en los trabajos legislativos de Hungría ni indicar a los diputados electos qué tienen que aprobar y qué no”. Queda claro que con mayoría parlamentaria esas palabras adoptan el sentido contrario.


                        El primer ministro Viktor Orbán celebra la nueva Constitución Foto: EFE


Estas son algunas de las reformas impuestas por el gobierno húngaro:

. Iglesias y religión: sólo reconoce a 14 iglesias, en su mayoría cristianas y la judía, en un país que tiene más de 300 grupos religiosos.
. Afecta la libertad de prensa: a pesar de que el gobierno ya corrigió cuatro artículos de esta ley por exigencia de Bruselas, la Comisión va a analizar la situación de los medios. Ya fueron despedidos dos periodistas de medios públicos luego de hacer una huelga de hambre para denunciar el control y censura sobre la información. La última resolución del Consejo de Medios fue quitarle la licencia a Klubradio, la única emisora que se oponía al oficialismo con un tono crítico.
. Redefine la historia del país: considera al Partido Socialista como directo heredero del régimen comunista y anula la prescripción de los delitos cometidos bajo la dictadura comunista.
. Modifica el Sistema electoral: se reducen las circunscripciones. También, las leyes orgánicas solo se podrán modificar con el apoyo de dos tercios de los diputados. De esta manera, cualquier cambio o enmienda se tornará casi imposible.
. Poder judicial: pierde su autonomía y atribuciones. El Tribunal Constitucional ya no puede tener injerencia sobre el Presupuesto. Además,  la Fiscalía tendrá la capacidad de elegir qué tribunal se ocupará de cada caso. También se reduce de 70 a 62 años la edad de jubilación de los jueces. Esto determina que en 2012 se retiren 250,  la oposición ve en la decisión una purga.


Ante esta batería de normas que atentan contra el espíritu comunitario europeo, el socialista Stánishev alzó su voz diciendo: “la democracia húngara se encuentra en estado de sitio. Las acciones del Gobierno conservador de Fidesz, bajo el primer ministro Viktor Orbán, han resultado un ataque sin precedentes de los estándares básicos internacionales de la democracia”. Y agregó: “la Unión Europea cuenta con un Estado no democrático como a uno de sus miembros”.

La modificación de la ley electoral fue hecha a medida: se asegura los triunfos políticos futuros, los funcionarios judiciales quedan sometidos a la voluntad del poder ejecutivo, se amordaza a la prensa y los medios audiovisuales y se le dice a la gente en quien debe creer. Un auténtico cóctel para que Orbán pueda beber de su propia fuente subido al caballo del nacionalismo para dar una idea de cohesión nacional.


Algunos analistas señalan que no es casualidad que Viktor Orbán vea como modelos de conducción a Putin y Berlusconi, símbolos de un fascismo posmoderno que se extiende peligrosamente y que podría tomar mayor protagonismo si Marine Le Pen se impone en Francia. Se teme que los nuevos líderes elegidos en España e Italia sean sólo mercaderes al servicio de la banca y que sean vistos como tecnócratas que dan la espalda a la gente para ceñirse solamente a los mandatos que impone el sistema financiero.

Si los ajustes no funcionan y la eurozona se desmorona, es probable que vuelvan a aparecer esos personajes grotescos que se disfrazan de salvadores para hacer políticas patrióticas.

El ejemplo de las caídas de Berlusconi, Gadafi y Mubarak deberían servir de escudo para bloquear a Orbán, Putin, Al Asad, Castro y otros tantos que degradan la democracia con supuestos valores ideológicos sin tener en cuenta las necesidades de la gente.



Las protestas contra la nueva Constitución


En el primer día de enero del 2012 entró en vigencia la nueva y polémica Carta Magna con un fuerte contenido nacionalista, racista y autoritario. En ella, se elimina la palabra República y se remplaza únicamente por Hungría, se impone a la doctrina cristiana como credo nacional, se le pone límites a la prensa, a internet y al nombramiento de jueces, entre otras novedades.

Pero los cálculos iniciales de Orbán se fueron diluyendo con la crisis económica, política e institucional que fue desgastando la imagen del gobierno. Su popularidad se terminó de derrumbar cuando debió recurrir a la ayuda crediticia del FMI y a la UE para cubrir los baches financieros del país. Antes, el líder húngaro había mantenido una posición distante del organismo financiero internacional al proponer un discurso nacionalista que hablaba de independencia.

Ante el giro autoritario del gobierno y la decepción por los malos resultados de su gestión, el pueblo húngaro marchó por las calles de Budapest para decirle al primer ministro que no aceptan la nueva Constitución porque la consideran una grave amenaza para los valores democráticos.


  

         Manifestación en contra de la nueva Constitución húngara en Budapest Foto: AFP


Asfixiados por la presión impositiva, el desempleo y la caída de popularidad del gobierno, unas 100.000 personas se movilizaron tras la convocatoria de los partidos de izquierda, ecológicos y otros movimientos de la sociedad civil. “Habrá de nuevo una República” era el lema de la protesta e hicieron sonar trompetas en la puerta del edificio de la Opera para que se escuche el grito de rechazo a la nueva Constitución. En el recinto, paradójicamente, se encontraba el primer ministro Orbán celebrando la entrada en vigencia de la Carta Magna.

El pesimismo de los húngaros se condice con el malestar que ha causado esta nueva norma en la UE. Se sabe que el escepticismo es el peor enemigo del gobernante, pues erosiona poco a poco la imagen del líder. Cuando se llega a ese punto, el pueblo se “indigna” y se manifiesta hasta que las cosas cambien. Tal vez, sea la hora de reconocer el poder político que han ganando los indignados en el mundo.

Sin el auxilio del FMI no quedan muchas opciones para Orbán, pues su retórica populista ya no convence ni permite que se recupere el principal activo que tiene una nación: la confianza. Sin credibilidad, su mandato tiene los días contados.

              
  Informe de Telesur
 

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